Siempre una sonrisa.

Aunque estés totalmente roto por dentro, una sonrisa en los labios mejora cualquier estado anímico. Pero cuando sale desde dentro, cuando notas que las piezas se recomponen es cuando esa sonrisa brilla a kilómetros.

Ojalá pudiera explicaros qué se sentía cuando tus labios se extendían hacia los dos extremos, se entreabrían para mostrar tus dientes y, entonces, una dulce carcajada salía de tu boca porque la felicidad se desbocaba, conseguía salir por los poros y demostrarse en los labios. También en unos ojos que se entrecerraban debido a los rasgos que se dulcificaban al explotar en un placer que todos conseguimos, aunque sea solo por un mísero instante.

Y, las sonrisas, no saben de edad, no conocen un límite para decir: «ya es tarde». Sin embargo, hay momentos en la vida donde cualquier experiencia se convierte en plena, consigues vivir todo tan intensamente que lo de alrededor te da igual. La tristeza y la desesperación son sumamente potentes, pero obtienes la recompensa al ver que, la felicidad, el placer y la alegría son mucho más fuertes. Es el momento en el que te sientes vivo.

A lo largo del camino de la vida seguimos sonriendo, pero va perdiendo fuelle, la esencia se va agotando. Solo hay una manera de volver a recuperar la fragancia completa, que sus feromonas, que su energía positiva vuelva a inundar todo lo que haya alrededor, incluso a las almas más negras.

A lo largo del trayecto encontramos tantas dificultades que comienzan a rasgar dentro de la carne hasta penetrar en nuestro ser. Nos hace necesario eso de construir una coraza para poder protegernos de cualquier mal. Empezamos a dejar de vivir, a dejar de sentir. Nos convertimos en meros robots que obedecen las órdenes de la sociedad que nos ha tocado vivir. Asientes cuando realmente quieres decir «no», ríes cuando desearías gritar, llorar o desatar toda la furia que has ido construyendo junto con ese enorme muro que está labrado con frustración y silencios.

La sonrisa permanece, pero ya no es real, está hecha añicos. Tus ojos no siguen la sintonía de los arcos de tu piel que van formándose mucho más duros debido al paso de los años, pero no provocados por las sonrisas verdaderas.

Sin embargo, no pierdas la esperanza. Sigues respirando, eso es lo importante. No temas a lo que está por venir y, de vez en cuando, vive.

Di lo que sientes.

No tengas miedo.

A veces el «no» es lo que debes decir.

Y, entonces, quizá llegue el momento en el que vuelvas a sonreír de verdad.

Ya se sabe que, la esperanza, es lo último que se pierde. No la dejes escapar mientras sigues construyendo tu coraza.

Y, lo más importante, aunque cueste, no dejes de sonreír nunca.