Su abuela siempre se lo había dicho: «Esta niña ha nacido con estrella». La pequeña Silvia no dejaba de preguntarle qué significaba. La abuela la miraba con picardía hasta transformar su gesto en una caricia comprensiva con restos de pena y angustia.

Silvia creció, vivió en una familia acogedora, algo alocada pero feliz. Nunca llegó a conocer la desgracia ni el desánimo. Sus padres la querían, tenía amigos y una vida social reconfortante. El dinero no sobraba pero era suficiente para poder disfrutar de agradables veladas. A la vez que crecía se daba cuenta de su potencial, de que ella se alejaba de lo convencional, que le costaría encontrar lo que de verdad le llenara.

No era guapa, cosa que no impedía que fuese un imán para hombres y mujeres. Experimentó, destrozó corazones y el suyo parecía partirse con el olor impregnado en las sábanas de amantes esporádicos. Un día como otro cualquiera su vida cambió. El instante en que sus miradas se alejaron la estrella que acompañaba a Silvia explotó como una supernova dejando pedazos esparcidos en el alma. Ni el pegamento más fuerte conseguiría recomponer una estrella moribunda.

Él no volvería jamás. Ella lo sabía y le costaba respirar. Decidió seguir adelante sin estrella, sin pasión ni ilusión. Alzaba la mano a desconocidos para que agarrasen los pocos pedazos que quedaban. Ella decidió aferrarse a David, un buen hombre de gran corazón. Fue así porque él recogió el último trozo que le quedaba a Silvia, el más grande y el que aún brillaba con luz propia. Silvia se agarró tan fuerte que no se dio cuenta que robaba parte de la luz de la estrella de David. Ella ya no existía y hacía desaparecer poco a poco al hombre que lo daba todo por ella, hasta su propia existencia.

Los peores momentos llegan juntos. Sus padres murieron, ella no podía tener hijos, su hermana había muerto en un trágico accidente. En el velatorio miró a su hermana sin lágrimas en los ojos, cogió la mano de David con fuerza y pensó en aquél hombre que le robó la luz. Quiso estar a su lado, que él fuera quien le apoyará en estos momentos tan difíciles. Creyó tenerlo al lado, percibir su olor a castañas asadas y comenzó a llorar desesperada. David le abrazó, ella se agarró fuerte a sus hombros. Se sintió tan desgraciada por no poder iluminar toda la estancia con la luz que le robó un maldito embustero. Se sintió una ladrona, una puta barata que roba y utiliza el brillo de los de su alrededor. Lloraba por ella. Vergüenza, pena, angustia y desprecio. Su abuela era una mentirosa, ella no había nacido con estrella. Las estrellas duran más tiempo. Antes deben consumirse por completo para explotar.

Al otro lado del charco un terrible suceso acababa de ocurrir en un pequeño lago a las afueras de una gran ciudad. El mejor cantante de blues de todos los tiempos se había suicidado y había dejado un rastro de luz cegadora. Rastro que siguieron los policías para encontrar el cadáver.