«¿Podrías poner tu dedo sobre un mapa y decirme dónde estás?»

Ella conoció a una persona que era capaz de saber todas las capitales del mundo y a cambio le pedía que le contara historias del universo.

Mostraba interés por mundos que aún quedan por explorar y que ella intentaba explicarle torpemente.

Los mundos inexplorados así como las incógnitas del vasto universo te permitían viajar sin descanso y poder imaginarlo todo, desataban la capacidad de inventártelo. Ella se sentía cómoda con este panorama. Sus ilusiones podían moverse libremente porque, apenas, había nada escrito. No obstante, el globo terráqueo se encontraba, casi en su 100%, investigado, descubierto, topografiado, pisado y, en muchas ocasiones, destruido…

Él se encontraba a gusto en ese mundo, en un mundo más seguro, donde poner los pies en la tierra, donde poder ubicar las capitales, donde residir sus conocimientos.

Sin embargo, a ella le era imposible poner los pies en tierra firme. Sin poder evitarlo elevaba sus pies en su mente y dejaba que volaran sin rumbo, perdiéndose en su mundo de fantasía donde no existe el dolor. Dispersa en sus pensamientos el chico de los mapas le acarició la cara con cariño y le susurró: – «¡Vuelve!»

En ese momento ella se esperanzó con el hecho de que, por fin, alguien la haya encontrado perdida en las fronteras de una Tierra inmensa que había generado en su propio cerebro, que le hubieran cogido de la mano con la esperanza de hacerle volver, de mantenerse a su lado sin miedo, sin condiciones, simplemente porque no quería soltarla. Porque ella era el punto en el mapa donde quería quedarse, al menos por ahora…

Pero su mundo no se encontraba en ningún mapa conocido, en ninguna Tierra, en ningún mundo descubierto y que ya se ha topografiado. Su mundo estaba totalmente inexplorado aún y nadie sabía qué podía hallarse en su superficie.

Ella solía decir siempre que hay que decir las cosas bonitas cuando las sientes, que no hay que esconderlas porque nunca sabes lo feliz que puedes hacer a alguien en ese preciso momento. Le mostró al chico de los mapas a no tener miedo a expresar lo que sentía, pues era lo poco que nos quedaba bonito de lo que nosotros llamamos humanidad, de los habitantes que habitan el planeta. Ella le enseñó que todavía existía el cosquilleo en el estómago, esas famosas mariposas que revolotean traviesas y tímidas, que todavía se podía tener 14 años y experimentarlo todo como si fuera la primera vez.

Otra vez más la estrella de cinco puntas volvió a quedarse incompleta. Otra vez sería la persona que se convertiría en una transición más, en una especie de lección que aprender para aplicar todo lo adquirido a otra persona. Ella ha sido el parche que ha aliviado el dolor mientras enseñaba a cómo sentirse mejor, a cómo hacer sentir a otros a gusto, en consonancia entre cuerpo y alma. Una enfermera, una tirita a la que utilizar para paliar el dolor cuando se está herido y de la que olvidarse cuando ya se está curado.

Ella había sido Venus durante una temporada y ahora solo quedaba como una estatua maltrecha y podrida en la que las aves depositaban sus heces. Quizá hasta que alguien se digne a limpiarla, si alguien se da cuenta de que está ahí.

Ella fue un lugar desconocido en el que topografiar un mapa y, una vez sabida sus ciudades, mares, bosques y entresijos, perdía todo el interés.

Total… era una isla escondida y perdida…