Cuántas veces se habrá repetido que la perfección no existe, que es imposible que pueda manejarlo todo ella sola, que el control en todos los ámbitos de la vida, de la sociedad, son imposibles si no eres una máquina. ¡Oh! ¡Cuántas veces habrá soñado con ser un robot sin alma, donde las acciones o tareas a realizar fueran perfectas. Y, si no sale bien, no pasa nada. La conciencia está tranquila, eres solo una máquina que se puede arreglar con facilidad. Y aquí no ha pasado absolutamente nada.

Cuántas veces le han dicho eso de «no eres perfecta, no puedes controlarlo todo». Si se pusiese a enumerar las ocasiones en las que allegados y no tan allegados le han dado consejos podría sumar miles. Cuando esto ocurre asiente, da las gracias, pero por dentro sigue sintiéndose sola, el vacío inunda su ser y nota como el desamparo empieza a llenar ese vacío. En ese momento piensa que, ojalá, se hubiera quedado así, vacío.

Si pudiera describirlo de manera gráfica, tenerlo todo bajo control es como si estuviera atada de pies y manos con un sinfín de cables que recorren su cuerpo, que están conectados en perfecta armonía, pero que le aprietan, apenas le dejan respirar, pero aguanta porque sabe que, si todo circula como debe, todo irá bien.

Sin embargo, de vez en cuando, casi cada día últimamente, ocurren cortocircuitos que recorren todo su cuerpo. Pero no puede desatarse, ni siquiera arreglar ese cable que no conecta bien. Así que no le queda otra que aguantar los calambres hasta explotar.

Cuántas veces habrá deseado explotar…

Cuántas veces habrá rogado que la sacasen de ahí…

Cuántas veces.