Seguramente te has topado más de una vez con una de ellas. No recuerdas su rostro, su voz, su olor, tampoco su nombre. Pero las has usado. Todos las hemos usado alguna vez. Y las dejamos convalecientes, en espera de otro «usar y tirar».

¿Recuerdas esa vez que echaste a llorar y se acercó? En ese preciso instante considerabas que estabas totalmente solo y aislado, pero ahí estaba él… ¿o ella? ¿Te acuerdas de ese ser sin rostro que te preguntaba constantemente cómo te encontrabas, si aún seguías derramando lágrimas, si aún veías el mundo con los ojos tapados? Todavía posees ciertos recuerdos de algo que te tendió la mano y te habló con la amabilidad que en ese momento te hacía falta. Te dijo lo que necesitabas oír y sonreías de dicha. Te escuchaba paciente porque sabía que, en ese momento, tú eras el protagonista. Seguramente aún tienes retazos en tu memoria de un abrazo que en ese momento te reconfortó. Aún tienes llamadas perdidas de un número desconocido que borraste porque ya te encontrabas mejor. Sus mensajes están archivados y nunca quisiste sacarte una foto con un ente que una cámara no podía plasmar. Lo que crees un producto de tu imaginación a día de hoy te invitó varias veces a tomar algo, te rogó que le escucharas, te suplicó un abrazo o una simple sonrisa para cerciorarse de que, simplemente, estabas ahí.

Tampoco puedes culparte porque es cierto que nunca le escuchaste, no recuerdas su voz, tampoco cómo se sentían sus abrazos ni el olor que tanto te reconfortaba en el momento en el que te encontrabas en la más profunda tristeza. ¿Cómo vas a arrepentirte de no atender a alguien que ni siquiera puedes ver?

No te preocupes. Cada vez quedan menos y acaban desapareciendo en el más absoluto desconocimiento de su existencia. ¿Quién va a hablar de algo que no ha palpado? Algunos desaparecen sin dejar rastro, pero otros… otros son capaces, en el último suspiro de su miserable existencia, llamar la atención de los humanos.

Las personas invisibles se rompen. Su onomatopeya «crack» es uno de los sonidos más estruendosos, capaces de dejarte sordo durante unos minutos hasta que un leve «piiiiii» consigue que recobres, poco a poco, la capacidad de oír.

Y esto ocurre porque estas personas no saben que son invisibles, no reconocen su condición, no se aceptan tal y como son. En el momento que se dan cuenta explotan en millones de pedazos, en una nube de sentimientos y recuerdos que nada tendría que envidiar una Súper Nova.

Pero al contrario que estos objetos del Universo no quedan nubes o rastros de dicha explosión. Simplemente desaparecen.

Total… si nadie los recuerda, ¿cómo van a existir?

Algunas personas invisibles siguen vivas, aguantando como pueden los trozos rotos que se mantienen en vilo a punto de explotar. Se reconocen en la mirada de otros seres vivos que aceptan su existencia. Y se calman.

Yo puedo notarlo cuando el hocico de un gato olisquea la punta de mi nariz.