«Creía que ansiaba estar hecha de cosas de niña. De bailes de fin de curso, de besos en la puerta de casa, de yemas de los dedos que casi se tocan. Creía que ansiaba estar hecha de tus promesas. Las que sabían a marfil, fresas y hasta chocolate. Creía que ansiaba estar hecha de finales de cuentos de hadas, donde no sabría distinguir la realidad de los sueños. Así que soñé que te pertenecía porque sabía que me protegerías de las cosas de niñas mayores. De las arañas gigantes, los desastres naturales y también los artificiales. Nunca me había sentido tan segura como contigo en esa jaula. Pero cuando abrí los ojos, vi las rejas doradas que nos rodeaban y no recordaba qué pasaba en el sueño.
¿Era yo el pájaro o la jaula?
¿Era yo misma o una de mis madres?
¿Estaba segura o me estaba asfixiando?
Porque el pájaro está en una jaula y la jaula en una cuidad y la ciudad es de harina blanca pura y mentiras preciosas. Y quizá no podamos huir de lo que soñamos igual que no podemos huir de lo que estamos hechas o quizá sí.
Si logramos al fin ver las mentiras y la ciudad y la jaula en la que vivimos podemos ver muchas cosas más. Podemos ver la puerta. La salida. Y podemos salir volando.»