Despertó de golpe.
Le tomó un tiempo recomponer sus palpitaciones. La agitación no formaba parte de una pesadilla, de eso estaba claro. Pero aún no lograba comprender qué es lo que había sucedido para volver a la consciencia tan de golpe. Se sintió mareada con tan solo intentar levantarse de la cama, por lo que prefirió pasar unos instantes sentada mirando a una pared oscura acompañaba de un pequeño halo de luz que entraba por la persiana a medio cerrar.
¿Qué hora era?
Miró el reloj digital que reposaba sobre la mesita de noche. Los cuatro ceros parpadeaban al son de su corazón todavía acelerado.
¿En qué momento se habría ido la luz?
Echo mano a su teléfono móvil y comprobó que se había quedado sin batería. Abrió con esfuerzo el cajón de la mesita de noche para hacerse con el cable y poner a cargar el dispositivo.
Se quedó mirando la pared de nuevo. No recordaba absolutamente nada. Sin embargo, no debía haber dormido muchas horas porque se sentía exhausta, totalmente agotada. Era extraño porque, al mismo tiempo, percibía un paso del tiempo desmesurado como si la culpa fuera del reloj de su mesita que había corrido tanto que desató una subida de tensión. A saber…
Suspiró profundamente y cogió fuerzas para incorporarse del todo. Le temblaban las piernas. Se quejó de tener que soportar un peso de toneladas en sus pies posados en el suelo frío, pero aún era peor el que arrastraba sobre sus hombros. Casi no podía alzar la cabeza, así que optó por ir encorvada hacia el cuarto de baño.
Tambaleándose consiguió dar los suficientes pasos para alcanzar la puerta. Abrió y antes de encender la luz se dejó caer sobre la taza del váter. A ciegas encontró el interruptor.
Miró enfrente. Delante de ella había un espejo, pero el espejo le devolvió la imagen de lo que había olvidado.
¿Cuánto tiempo había pasado?
Encandilaba con sus ojos curiosos que se encogían con sus medias sonrisas y que casi se escondían cuando explotaba en carcajadas. Olía a fresas y su piel tersa y blanca combinaban a la perfección con ese aroma afrutado. Eran tan solo instantes en los que esa complicidad surtía efecto. El hechizo se llevaba a cabo de manera inconsciente. Imperceptiblemente conquistaba almas y nunca comprendía por qué. Se estremecía al rememorar esas miradas que lo decían absolutamente todo. Rebuscaba en aquellos silencios plagados de cientos de mensajes hasta hallar con la resolución del enigma. Y en muchas ocasiones esa solución finalizaba con momentos que se quedaban impregnados en su recuerdo como su perfume en la memoria de las personas con las que los compartía.
Otro apagón de luz. Su corazón estaba a punto de escapar por la boca. Notaba cómo escalaba sin descanso a través de su garganta provocándole nauseas. A oscuras se sentó en el suelo, abrió la taza del váter y vomitó, vomitó, vomitó…
Tuvo la sensación de haberse quedado vacía por dentro. Ya no le quedaban fuerzas, estaba al límite del desmayo. Pero el aroma del vómito la mantenía aún en la consciencia porque olía a fresas.
Volvió la luz. Su vista se nubló debido al esfuerzo y al casi infinito tiempo que había estado a oscuras. Cuando pudo volver a enfocar sus ojos hacia el interior del váter se dio cuenta de que ahí solo había agua, agua limpia.
Se sentó de nuevo en el inodoro y lanzó una mirada desafiante hacia el espejo. Y sonrió con los ojos bañados en lágrimas aún por el esfuerzo anterior. Acarició su rostro áspero, con marcas y pequeñas arrugas en la comisura de los labios que se acentuaban más en la zona de los ojos.
Lo recordó todo. Absolutamente todo.
Volvió a la cama para arreglar la hora de su reloj digital. Vio que su teléfono móvil ya tenía batería.
En la pantalla parpadeaban cuatro ceros que nunca pudo conseguir modificar.