Mientras el silencio se aleja, abro los ojos a los rayos del Sol que se filtran por la persiana de mi ventana. Otro día acaba de empezar. Me levanto con pereza de la cama, hace frío al quitarme las mantas que me cubren del hedor que queda del frío de una larga noche de media luna. Estiro los brazos, bostezo y me dispongo a darme una ducha.

Me miro al espejo, como siempre mi cara es otra recién levantada pero sonrío a la imagen que se refleja en el espejo. Tras la ducha, desayuno, veo las noticias y recojo las cosas para salir a la calle. Otro día más, pero el aire es diferente.

Como si hubiese colonizado otro planeta, levanto la barbilla, cierro los ojos y aspiro el aire. El viento azota mi pelo con fuerza y la brisa permanente me hace cosquillas bajo las orejas. Es inevitable que se dibuje una íntima sonrisa en los labios.

Mientras miro a los de mi alrededor, miro al mundo que sigue girando sin esperar a nadie y las caras de sueño de todas las mañanas denotan que todo sigue igual. Para mí no es igual. Cuando me acechan los demonios del aburrimiento, el abatimiento y la fatiga, respiro fuerte y se van. Siento que el aire me llena los pulmones. Quiero ver cosas nuevas, quiero volver a rozar la felicidad con los dedos, sólo acariciarla, un poquito, sin que se dé cuenta pero yo sí, con un sentimiento reconfortante que inunda mi mundo interior.

A la vez que todo se mueve de forma mecánica, siguiendo el transcurso de todos los días, lo único que puedo hacer es seguir respirando. Quiero cambiar el mundo para convertirlo en el mío. pero lo único que por ahora puedo hacer es seguir viviendo, respirando. Llenar los pulmones de aire fresco, nuevo y hermoso.

Ando inmersa en mis pensamientos y en seguir cogiendo el aire que ahora se me ofrece cuando caigo en que alguien me mira. Tú me miras y otra bocanada de aire fresco me hace divisar a lo lejos los campos de fresas alejados de todos menos de ti y de mí.