Un violín sonaba a lo lejos como si sufriera. Cada nota parecía desgarrarte la piel milímetro a milímetro sin dejarse ni un solo ápice, penetrando lentamente en tus órganos hasta hacerles vibrar de dolor.

Nadie más que Ella era capaz de escucharlo en momentos en los que la oscuridad inundaba cualquier lugar en el que se encontrase. Su cuerpo carecía de color ya que, si llegaras a tocarla, experimentarías el frío más extremo con un suculento vacío. Sin embargo, desde que empezaban a sonar las notas más graves, era el momento en el que Ella podía sentir algo. Por eso lo esperaba con deseo, con ansia, con ganas.

Había pasado tanto tiempo desde que no escuchaba las débiles notas de ese violín maldito que auguraba que algo iba a cambiar, que el mundo volvía a girar para, quizás, provocar que el siguiente golpe fuera más duro todavía. Cuando las notas se elevan, comienzan a mezclar graves y agudos para crear una sintonía triste pero bonita. Entonces Ella nota como su piel se eriza y el calor provoca una reacción química en su organismo. Siente como esas notas tristes la envuelven como si se trataran de un abrazo consolador, de una caricia que no esperaba desear tanto. Y, en ese preciso instante, reacciona.

El violín despierta su alma poco a poco. El color grisáceo de su piel se torna en un tono rosado que acompaña al calor que activa el mecanismo de sus venas y arterias. Toma más y más color a medida que la sangre recorre ahora cada milímetro de su cuerpo. Y notas un leve latido que permite que se incorpore tras varios días en la penumbra de una habitación que no permitía la visita de la luz.

El violín cada vez suena más fuerte y la melancolía de sus notas vibran hasta hacer que Ella abriera los ojos, verdes, tan verdes que te quedarías mirándolos miles de años sin cansarte. Y la música retumba más y más fuerte, como si se creara desde el inframundo y se abriera paso hacia el mundo terrenal. Ella agudizó los oídos para darse cuenta de que una batería comenzaba a respirar, a preguntar, a buscar. El corazón de Ella latía al mismo ritmo que esa batería que no dejaba de escucharse junto con las notas de su violín desgarrador.

Se dio cuenta al poco tiempo de que alguien llamaba a la puerta a ritmo de esa batería. Sentada en la cama de esa habitación oscura no sabía si abrir la puerta y tener el valor de descubrir quién o qué habría detrás. A los segundos se percató de que era capaz de ver sus pies a través de un leve rayo de luz que se escapaba desde la persiana, la cual comenzaba a romperse. Parecía que la luz quería devorar sin reparos la penumbra de su cubículo.

Temblando se levantó y se dirigió hacia la puerta. Cuanto más se acercaba al pomo más podía notar cómo la batería acrecentaba el ritmo y los latidos de su corazón iban a un ton cada vez más acelerado, en compañía de la batería, como si entrelazaran las manos en una caricia infinita.

Y abrió la puerta.

Él estaba ahí.

Cuando se miraron el violín y la batería se pararon al unísono. El silencio más abrumador duró solo medio segundo, aunque les pareció eterno. Y, así, el silencio se rompió cuando la persiana cerrada a cal y canto de la habitación se desplomó completamente y dejó pasar violentamente la luz del Sol.

Y entonces Ella descubrió que Él tenía unos ojos verdes a los que miraría durante miles de años.