La vida no cambia en absoluto porque cambies de ciudad. Cambias tú y eso afecta a tu vida. Ves las caras de la gente que te rodea y sus expresiones no se han movido, siguen intactas, porque su vida sigue recorriendo el mismo camino día tras día. La ciudad es la que se transforma y tú debes adaptarte a ella. Eso me pasa a mí.

No puedo definirme porque no sé quien soy, pero puedo decir que aquí me siento bien. Las transformaciones de esta ciudad me apasionan. Mirar aquí a la gente e imaginarte sus vidas es terriblemente fácil. La chica de aspecto lánguido pero de mirada firme sostiene con fuerza un libro de ciencia ficción llamado «Encuentros en ninguna fase». El hombre maduro de chaqueta apenas puede sostener su maletín, pero le da igual, acaba de ocurrirle algo genial. Seguramente haya conseguido una cita con la recepcionista de un hotel que tanto le gusta después de tanto tiempo solo… Y la niña vestida de uniforme que se queda ensimismada viendo el paisaje que se presenta solemne en las ventanillas del tren. Apuesto a que ha visto esa estampa miles de veces, una yendo al cole, otra volviendo, pero su expresión y fascinación no se han modificado en absoluto.

Me imagino qué pensará de mí la gente al verme. ¿Seré la chica de ojos tristes y mirada perdida que no deja de escuchar a los Beatles? Saben que los escucho, porque quiero que oigan las letras de «A day in the life» o de «While my guitar gently weeps».

El frío… hoy he notado como me ha acuchillado por los pies y ha reptado por mi piel hasta hacerme temblar. Me ha calado los huesos y, aunque parezca una paradoja, ha encendido mi cuerpo y me he sentido viva. Esta temperatura es distinta, no la conozco del todo, pero me gusta, me siento en sintonía con el ambiente.

Cuando paseas sola entre tanta gente entiendes que es el silencio. No el silencio sepulcral, donde sólo reinan los ultrasonidos e infrasonidos que nuestro oído no puede percibir. Me refiero al silencio de las palabras con sentido. No hay frase coherente, solo ruido. Pero es un ruido acogedor.

Sin embargo, no consigo estar cómoda del todo. Cuando me acuerdo de ciertas cosas miro al cielo y no veo nada. Ni siquiera es negro… ni azul, no tiene un tono reconfortante. No hay estrellas. En Barcelona no puedo ver las estrellas. Y eso… me pone muy triste.

Es de lo único que necesito escapar. Quiero abrir los ojos al cielo nocturno una vez más y decir: «Aquí estoy yo, ya sé quién soy»