Los seres humanos nos diferenciamos de los animales porque tenemos conciencia sobre lo que está mal y lo que está bien.

Yo no creo estar de acuerdo.

¿Quién ha sido el que ha impuesto una línea entre lo correcto y lo incorrecto? No hablo de que esté bien robar, matar o violar. Me refiero a los sentimientos, a las acciones individuales, a la moral misma.

Si realizas algo y pides una opinión caen dagas sobre ti, martillazos de moralidad y de ética que te hacen sentir una confusión total sobre qué estás haciendo. Pero, al mismo tiempo, necesitas sentirte apoyado por lo que estás sintiendo antes de que cometas una equivocación.

Hace tiempo conocí a una chica a la que le habían roto las alas. Aunque podía ver con sus ojos violetas nunca podía fijar la vista en un objeto y, mucho menos, en alguien. Cuando cogimos algo más de confianza empezó a buscar mi mano, necesitaba sentir el calor de alguien. Su mano temblaba y vacilaba en si acercarse definitivamente o no.

Le hablé de tantas cosas sobre el mundo, sobre la realidad, sobre mí, ¡oh! cuánto hablaba sobre mí que, poco a poco, notaba que sus pupilas volvían a cobrar vida y se disipaba algo de atención hacia mi persona. Pero sus alas seguían rotas y no podía convencerla de que le atendieran para poder curarlas. Se negaba, me ignoraba, no le interesaba.

Cuando tras muchos años estando con ella me cogió de las manos pude verla a través de sus ojos, de esas pupilas que ahora se fijaban en las mías. Y la miré, la observé, la analicé: nunca había sentido tanto terror. Nunca había sentido tanto vacío. Nunca había sentido tanta pena. Pero sonrió, por fin salió de su estado de autismo y me prestó atención. Para ella era alguien por fin.

Cuando intentó decirme algo se dio cuenta de que, sus alas, estaba totalmente rotas. Empezó a gritar de dolor, a tambalearse, se levantó y cayó al suelo fulminada. Ahora sus ojos volvían a perder su vida pero, ésta vez, su corazón tampoco respondía. Sin embargo, seguía sonriendo.

Nadie vino a rescatarla, nadie vino a socorrerla. Fui yo quien la llevó a un lago cercano. Antes de tirarla al lago toqué sus alas rotas y su mirada totalmente desaparecida, totalmente muerta. Le susurré:

«¿Por qué no te dije que nada de lo que hacías estaba mal?

¿Por qué no te convencí de que hacías lo correcto si tú eras feliz así?

¿Por qué me pedías mi opinión?

¿Por qué no te comprendí?

¿Por qué no te dejé volar si lo necesitabas?

¿Por qué no te quise de verdad?

Solo tú fuiste capaz de decir lo que sentías siempre, solo tú mostrabas tu cara sin tapujos, solo tú vivías haciendo lo que querías. Cometiste el error de pedir opinión, cometiste el error de escuchar lo que decían los demás. Cometiste el error de encontrarme. Yo te rompí las alas. Pero, ahora, te he liberado.

Te lo debía»