Ella pensaba que una «crisis» se trataría de un evento traumático, cargado de gritos y desesperaciones. Quizá hubiera sido mejor así, un volantazo, soltarlo todo y volver a la calma.
Tonta de ella cuando se percató de que la auténtica «crisis» conlleva un hilo que conecta las ganas con la apatía, la risa con el llanto y la luz y la sombra. Y ese hilo no era siempre igual. No lo imaginéis como un filamento perfecto y tensado de un punto a otro totalmente recto y sin vacilaciones.
El hilo de la «crisis» empezaba bien, pero acababa deshilachándose para convertirse en un material distinto para volver a encauzarse hasta el punto final pero, de nuevo, parecía que iba a cortarse, que el último resquicio de la fibra iba a romperse para caer en picado y quedarse colgando desde un principio mirando hacia un final cuesta abajo, sin salida. Asombrósamente volvía a recuperar fuerzas y a recubrirse de un material que lo hacía más fuerte pero que, con el tiempo, se desgastaba.
Ese hilo no conseguía ver el punto y final al que estaba atado y eso hacía que la vista corriese más rápido hacia la derecha, como una película cuya cinta es infinita provocando que se volviera loco ese motor, ese cerebro que posee el acelerador pisado a fondo pero, al mismo tiempo, con el freno de mano puesto.
Solemos expresar las emociones como una montaña rusa. En el momento de la bajada nos quedamos un segundo sin respiración y levitamos a causa de la caída en picado. Ella notaba que le faltaba la respiración y sentía que caía sin cinturón de seguridad, al vacío. Experimentaba temblores por una emoción que se puede describir como si la luz corriese hacia atrás para dejar a la vista la nada, la total oscuridad. Mirar hacia los lados no servía de nada porque todo permanecía en la penumbra, en el silencio.
El aire no llega a los pulmones de ella. Sin embargo, bocanadas de aire vuelven a estos órganos a través del llanto, que surge de manera desesperada como método de supervivencia, como vía de escape. Junto con las lágrimas la luz comienza tenue hasta recobrar su protagonismo cuando ella se queda exhausta, cuando no le quedan más lágrimas.
La crisis está presente y la reconoce. La ve claramente cada vez que se siente triste, cada vez que agacha la cabeza, cada vez que sonríe al mismo tiempo que otra pieza se rompe en su interior, cada vez que da un paso adelante para que alguien le ponga las manos en el los hombros, no dejándola continuar su camino, cada vez que da las gracias, cada vez que pide perdón.
Antes ella cerraba los ojos y dejaba volar su imaginación, sus pensamientos se convertían en cuentos de hadas, en historias que cobraban sentido en su interior y le llenaban de alegría la realidad, aunque no se pareciese lo más mínimo.
Ahora ella cierra los ojos y solo ve a la «crisis», la cual detiene cualquier pensamiento positivo, cualquier historia bonita con la que reconfortar el alma. Solo le insiste en que mire al futuro, en que piense en lo mal que lo ha hecho, en el tiempo que ha perdido y, sobre todo, echándole toda la culpa por no hacer nada para solucionarlo.
Se ríe a carcajadas, sin vacilaciones, se ríe a sus anchas, a gusto, se ríe por completo de ella. La «crisis» sabe que, por mucho que ella lo intente, cada vez que cierre los ojos, cada vez que esté sola, cada vez que se sienta en compañía, la única persona que estará a su lado será la «crisis».